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The End of the F***ing World 2: la nostalgia de una adolescencia asesina
Netflix lanzará mañana la segunda temporada de The end of the F***ing World, inspirada en el cómic homónimo de Charles Forsman, quien logró encapsular la frustración de una generación
Publicado Noviembre 4, 2019
2019-11-04T15:11:10
2019-11-04T15:11:10
Por La octava
En un día normal, Charles Forsman recibe dos o tres correos de gente en diferentes partes del mundo. Son jóvenes que le escriben para contarle que entraron a una librería, encontraron su cómic y, aunque no lo compraron, lo leyeron y se pusieron a llorar ahí en la tienda. Ese es el tipo de mensajes que recibe el creador de The End Of The F***ing World.
A sus 37 años el dibujante es ya un ídolo de los adolescentes. Su comedia negra se consolidó en un público que él pensaba sólo admiraba a influencers de Instagram o youtubers.
Cuando inició con el proyecto no tenía más de 200 suscriptores a su cómic seriado. Estaba exhausto luego de terminar su última obra de gran aliento Celebrated Summer, pero debía seguir produciendo: la industria del cómic funciona de forma precaria y los esfuerzos exacerbados de los artistas pocas veces llegan al éxito económico.
Por sugerencia de un amigo suyo, comenzó a realizar minihistorietas: una página por historia que vendía por uno o dos dólares. Empezó a deshacerse de sus ambiciones artísticas dentro del mundo del cómic. Se relajó. Lo primero que dibujó en su blog fue a un chico con una patineta. Lo miró detenidamente y se preguntó quién era. Lo llamó James.
Era 2011 y Forsman recuerda haber estado viendo la serie Dexter y leyendo libros sobre asesinos seriales para reducir su estrés. Con su pulsión por abordar temas escabrosos de la vida cotidiana, se le ocurrió que podía dedicar una historia a su pasión adolescente: la mente de los asesinos en serie estadunidenses.
Tomó como guía su película favorita: Badlands, donde Martin Sheen y Sissy Spacek personifican a unos adolescentes sin futuro que se enamoran y escapan de su pueblo, dejando una serie de asesinatos a su paso. Como otras películas, ésta se inspiró en los 11 homicidios perpetrados en 1958, en Nebraska, por Charles Starkweather y su novia, Caril Ann Fugate: los auténticos Natural Born Killers.
Forsman comenzó así la historia de amor de dos adolescentes disfuncionales. James, de 17 años, quien se autodiagnostica como un psicópata que, en la búsqueda de graduarse como asesino, planea matar a su compañera de escuela, Alyssa: una chica obsesionada con desafiar toda autoridad, al tiempo que busca escapar de una familia disfuncional.
Ambos huyen del pueblo, James con el plan de asesinarla; ella con el deseo de reencontrar a su padre biológico. En el camino se descubren presas de la confusión adolescente.
Como pocas obras, Forsman encapsula el estrés emocional de la primera juventud. El dibujante recurre a su propia vida para encontrar la entonación indicada. Su padre murió cuando él tenía 11 años. Entró en una depresión y comenzó a sentirse harto de la escuela. Un día sólo dejó de ir y unas semanas después lo expulsaron oficialmente. Vivir rápido, saltar esos años como si fueran un charco de lodo, tal era su único deseo.
“Experimentaba un ansia por crecer y perdí mi adolescencia. Es un momento frustrante por el que todos pasamos. Uno es tan apasionado y lleno de emociones, se quiere comer al mundo; pero a la vez estás muy confundido y frustrado por querer saber quién eres”, declaró en entrevista para Volture.
No extraña entonces que sus personajes sean estos niños descolocados con deseos de cenar vino, tener sexo, viajar a toda velocidad en un Cadillac robado.
En una era donde la figura del asesino serial se romantiza o idolatra de forma banal, The End Of The F***ing World aparece como un antídoto contra los estereotipos y los discursos simples.
Sus páginas están llenas de sutilezas: silencios y vacíos monocromáticos, viñetas enteras sobre canciones y reflexiones abruptas que crean un espejo con el lector. Como Forman quisiera decirnos que sus protagonistas podrían ser cualquiera, incluso nosotros.
Tal vez esta sea la razón que explique los dos o tres correos que, puntualmente, Forsman recibe cada día. De alguna manera, ha logrado encapsular la ira y el descontento de los jóvenes, sin encasillarlos en un cliché condescendiente y obvio como suelen hacer las grandes industrias del entretenimiento.
En 2012 Forsman recibió un correo del director cinematográfico, Jonathan Entwistle: su trabajo le gustaba tanto, escribió, que quería adaptarlo a una película. Poco después, el Channel 4 de Inglaterra se interesó. Hoy Netflix ha convertido la obra en un evento global hasta posicionar a Alyssa y James como los “Bonnie y Clyde de los millenials”.
La segunda temporada de la serie de televisión, seguirá lejos de los márgenes del cómic, incluso de la misma propuesta de Forsman. Pero ahí estará su legado: esta oscuridad edulcorada que atrapó a una generación entera.
A sus 37 años el dibujante es ya un ídolo de los adolescentes. Su comedia negra se consolidó en un público que él pensaba sólo admiraba a influencers de Instagram o youtubers.
Cuando inició con el proyecto no tenía más de 200 suscriptores a su cómic seriado. Estaba exhausto luego de terminar su última obra de gran aliento Celebrated Summer, pero debía seguir produciendo: la industria del cómic funciona de forma precaria y los esfuerzos exacerbados de los artistas pocas veces llegan al éxito económico.
Por sugerencia de un amigo suyo, comenzó a realizar minihistorietas: una página por historia que vendía por uno o dos dólares. Empezó a deshacerse de sus ambiciones artísticas dentro del mundo del cómic. Se relajó. Lo primero que dibujó en su blog fue a un chico con una patineta. Lo miró detenidamente y se preguntó quién era. Lo llamó James.
Era 2011 y Forsman recuerda haber estado viendo la serie Dexter y leyendo libros sobre asesinos seriales para reducir su estrés. Con su pulsión por abordar temas escabrosos de la vida cotidiana, se le ocurrió que podía dedicar una historia a su pasión adolescente: la mente de los asesinos en serie estadunidenses.
Tomó como guía su película favorita: Badlands, donde Martin Sheen y Sissy Spacek personifican a unos adolescentes sin futuro que se enamoran y escapan de su pueblo, dejando una serie de asesinatos a su paso. Como otras películas, ésta se inspiró en los 11 homicidios perpetrados en 1958, en Nebraska, por Charles Starkweather y su novia, Caril Ann Fugate: los auténticos Natural Born Killers.
Forsman comenzó así la historia de amor de dos adolescentes disfuncionales. James, de 17 años, quien se autodiagnostica como un psicópata que, en la búsqueda de graduarse como asesino, planea matar a su compañera de escuela, Alyssa: una chica obsesionada con desafiar toda autoridad, al tiempo que busca escapar de una familia disfuncional.
Ambos huyen del pueblo, James con el plan de asesinarla; ella con el deseo de reencontrar a su padre biológico. En el camino se descubren presas de la confusión adolescente.
Como pocas obras, Forsman encapsula el estrés emocional de la primera juventud. El dibujante recurre a su propia vida para encontrar la entonación indicada. Su padre murió cuando él tenía 11 años. Entró en una depresión y comenzó a sentirse harto de la escuela. Un día sólo dejó de ir y unas semanas después lo expulsaron oficialmente. Vivir rápido, saltar esos años como si fueran un charco de lodo, tal era su único deseo.
“Experimentaba un ansia por crecer y perdí mi adolescencia. Es un momento frustrante por el que todos pasamos. Uno es tan apasionado y lleno de emociones, se quiere comer al mundo; pero a la vez estás muy confundido y frustrado por querer saber quién eres”, declaró en entrevista para Volture.
No extraña entonces que sus personajes sean estos niños descolocados con deseos de cenar vino, tener sexo, viajar a toda velocidad en un Cadillac robado.
En una era donde la figura del asesino serial se romantiza o idolatra de forma banal, The End Of The F***ing World aparece como un antídoto contra los estereotipos y los discursos simples.
Sus páginas están llenas de sutilezas: silencios y vacíos monocromáticos, viñetas enteras sobre canciones y reflexiones abruptas que crean un espejo con el lector. Como Forman quisiera decirnos que sus protagonistas podrían ser cualquiera, incluso nosotros.
Tal vez esta sea la razón que explique los dos o tres correos que, puntualmente, Forsman recibe cada día. De alguna manera, ha logrado encapsular la ira y el descontento de los jóvenes, sin encasillarlos en un cliché condescendiente y obvio como suelen hacer las grandes industrias del entretenimiento.
En 2012 Forsman recibió un correo del director cinematográfico, Jonathan Entwistle: su trabajo le gustaba tanto, escribió, que quería adaptarlo a una película. Poco después, el Channel 4 de Inglaterra se interesó. Hoy Netflix ha convertido la obra en un evento global hasta posicionar a Alyssa y James como los “Bonnie y Clyde de los millenials”.
La segunda temporada de la serie de televisión, seguirá lejos de los márgenes del cómic, incluso de la misma propuesta de Forsman. Pero ahí estará su legado: esta oscuridad edulcorada que atrapó a una generación entera.
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