Tiempo de viaje: 50 años. Distancia: 92 millones de millas (mil veces la distancia de la Tierra al Sol, más o menos). Año: 2030. Dudas actuales de la NASA: ¿Qué es viable lograr con la tecnología actual? ¿Cómo puede la sociología ayudar a los científicos que ya son parte del proyecto? Objetivo: Habitar las estrellas.

▶ Viaje al espacio exterior por sólo 9 euros

A las sondas Voyager, lanzadas en 1977, les tomó cuatro décadas llegar a los límites de la heliósfera, esa estructura en forma de globo inflado por el viento solar que rodea nuestro sistema planetario. Nada mal, si pensamos que las primeras especulaciones de la British Interplanetary Society —que imaginó hace unas décadas los proyectos Orion y Daedalus— calculaban necesario unos 45 años para alcanzar Alpha Centauri, el sistema estelar más cercano.

El nuevo proyecto de la NASA busca reducir el tiempo y llegar más allá de estos confines en tan sólo una década.

El Voyager surfeando los vientos solares antes de salir de la heliósferaEste objetivo llama la atención. Según las palabras de Ralph McNutt, quien encabeza al equipo del Johns Hopkins Applied Physics Laboratory —encargado de los análisis de esta nueva misión—, es la primera vez que se piensa en la posibilidad de un viaje interestelar como un simple problema de ingeniería: técnicamente estamos domando el espacio. Superado este obstáculo, estaremos listos para exportar ideología y política terrestre a otros mundos lejanos.

Ya el astrofísico Carl Sagan preveía que el Orion y el Daedalus podrían estar listos un poco después de la primera mitad del siglo XXI. Aquel proyecto se frustró: los vehículos interespaciales requerían explosiones nucleares para alcanzar 10 por ciento de la velocidad de la luz y en 1963 se firmó el tratado internacional para prohibir la utilización de tecnología nuclear en la órbita de la Tierra, en la Luna o en cualquier otro cuerpo celeste u estación en el espacio exterior.

Es decir, ya existía un marco jurídico para explorar la estrellas. Y Estados Unidos, China y la entonces Unión Soviética tuvieron que aceptar que ni la Luna ni otros cuerpos celestes podrían ser objeto de “apropiación nacional por reivindicación de soberanía, uso u ocupación, ni de ninguna otra manera”.

El mismo Carl Sagan, en uno de los capítulos de su afamada serie Cosmos, definió los límites jurídicos de la ética interestelar al declarar, no sin algo de cinismo, que “la nave estelar de Orión es la mejor utilización de armas nucleares que puede haber… a condición, claro, que no despeguen cerca de la Tierra”.

Para dimensionar lo que tenían en mente los científicos de la Interplanetary Society basta con recordar a uno de sus presidentes: Arthur C. Clarke, el prolífico escritor de ciencia y ciencia ficción, autor del cuento The Sentinel (1951), el cual fue retomado por Stanley Kubrick para realizar su 2001: A Space Odyssey. En una entrevista de 2008, Clarke pronosticó que, en el futuro, un viaje de ida y vuelta al espacio podría llegar a costar tan sólo nueve euros.

No obstante —y con el espíritu de la dilatación del tiempo de Einstein en el aire—, para Clarke el viaje interestelar ya es cosa del pasado: “Yo ya no tengo interés en los cohetes, esas cosas tan añejas. Los cohetes serán para la industria aeroespacial lo que los globos fueron para la aeronáutica”, respondió a la revista Muy Interesante al ser cuestionado sobre qué significa lo que llama una “revolución energética”.

Para ese momento, el autor de 3001: The Final Odyssey (1997) había dejado de pensar en la energía nuclear y apostaba, en cambio, por la “energía fría” y “la energía del vacío” como las herramientas que impulsarían los futuros viajes espaciales. Al momento de plantear estos términos, sabía que no le quedaba mucho tiempo de vida.

Arthur C. Clarke murió antes de que el Voyager 1 llegara más allá de nuestro sistema solar (2012) pero él ya lo había visto todo: su libro Interplanetary Flight, publicado en 1950, fue el primero en presentar la teoría básica de los vuelos espaciales con detalles técnicos.

▶ Habitar el optimismo

Son muchos los científicos que ya imaginan las posibilidades de un viaje de esta naturaleza, aunque resulta difícil seguirle el paso a un trabajo que espera materializarse en un futuro que implica medio siglo.

Por ejemplo: la científica planetaria Kathleen Mandt, quien forma parte del nuevo proyecto interestelar de la NASA, aseguró en una entrevista con The Wasihngton Post que el recorrido de la nave podría aprovecharse para investigar las propiedades de los cuerpos fríos más allá de El Cinturón de Kuiper, como el llamado Quaoar.
Primera imagen de la Tierra y la Luna juntas, tomada por el Voyager 1

En tanto, la física Abigail Rymer busca que la misión más allá de la heliósfera ayude a conocer a profundidad los exoplanetas: estudiar el polvo estelar recopilado por la sonda en su trayecto nos permitirá, dice, “una mejor comprensión de lo que significa la habitabilidad”.

Pero el hecho de que el John Hopkins Applied Physics Laboratory haya incluido a Janet Vertesi, una socióloga de Princeton, para colaborar en la investigación y diseño de una misión de la NASA es lo que marca una diferencia radical con respecto a todo lo realizado en el pasado.

Vertesi es un caso raro en el mundo académico. Esta rubia de sonrisa blanquísima, especialista en sociología de la ciencia, el conocimiento y la tecnología, fue invitada por Mandt al proyecto por una razón de peso: durante siete años ha estudiado, etnológicamente, a los equipos humanos detrás de los viajes espaciales. Su trabajo, dice, es “recordarles el lado humano” en dinámicas de resolución de conflictos, almacenamiento de datos y divulgación, todo con un enfoque multicultural.

“Estamos probando esta noción de poder planificar una misión por adelantado para lograr ciertos objetivos sociales —comentó Vertesi a The Washington Post—. En estos tiempos inciertos es un sentimiento embriagador participar en algo tan intrínsecamente optimista: observar cómo una computadora calcula la ubicación precisa de los planetas dentro de 50 años. Ver a los científicos comprometer el resto de sus carreras con una idea cuyo fruto tal vez nunca vean”.

Estas personas simplemente no pueden esperar a que llegue el futuro

JANET VERTESI, socióloga y colaborador de la NASA

▶ Otra cuestión humana: el calentamiento global

Una vez descartado el uso de explosiones nucleares para el despegue de una futura misión al espacio lejano, los investigadores de la NASA tenían que ingeniárselas de alguna forma. Fue así como nació el proyecto del Applied Physics Laboratory que hoy pretende reducir el tiempo de un viaje interestelar, y que es supervisado por la división de heliofísica de la NASA. Su plan: usar los Space Launch System (SLS), los cohetes más poderosos que existen, como principal propulsor de la nave no tripulada.

Recreación, agua emergiendo de una luna de JúpiterLa misión busca lanzar una nave de menos de mil 700 libras de peso —poco más de 300 kilos— en el enorme cohete del SLS de la NASA, el cual se espera esté terminado en 2021.

Para darle otro impulso que empuje a la sonda más allá de la burbuja cósmica que recubre nuestro sistema, se pretende lograr que la gravedad misma ayude a lanzar la nave a velocidades superiores a las 100 mil millas por hora. Los especialistas consideran dos tipos de asistencias por gravedad: una que haga girar la sonda alrededor de Júpiter y otra que la haga girar alrededor del Sol.

La nave espacial podría alcanzar la velocidad adecuada gracias al Sol pero esto representa un problema mayor: para lograrlo tendría que acercarse a una distancia mucho mayor que la sonda solar Parquer. ¿Qué tipo de bloqueador solar debería usar un nuevo vehículo para no quedar reducido a cenizas?

Y hablando de calor, es muy probable que, hacia la mitad del siglo XXI, años en que se pretende alcanzar el “medio interestelar” —en donde los vientos solares se mezclan con vientos de otras galaxias—, la humanidad esté atravesando una crisis: grandes sequías, incendios forestales, inundaciones y hambrunas, una vez que la Tierra haya alcanzado los 2 grados centígrados por encima de los niveles preindustriales previstos por el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU.

Un gran grupo de personas trabajando juntas en algo multigeneracional es lo mismo que necesitamos para resolver el cambio climático

KATHLEEN MANDT, científica planetaria, sobre la misión interestelar

▶ Explotar lo habitable

Una zona económica en la Luna podría dejar unos 10 billones de dólares al año. Es lo que piensa Bao Weimin, director de la Comisión de Ciencia y Tecnología de la Corporación de Ciencia y Tecnología Aeroespacial de China, el país que quema actualmente la mitad de carbón en el mundo y que a principios de noviembre anunció sus planes para comenzar este plan en 2050.

La especulación inmobiliaria apunta ya hacia el cielo. El plan hotelero de la Gateway Fundation, el Von Braun Rotating Space Station, señala ese sentido. Se trata de un hotel de lujo que se pretende instalar en la órbita terrestre para 2025. Espacios residenciales destinados al menos a 400 huéspedes que disfrutarán las comodidades de cualquier crucero: restaurantes, teatros, cines, actividades deportivas en gravedad cero.

El responsable de diseñar el proyecto es Wernher Magnus Maximilian Freiherr von Braun, un ingeniero mecánico alemán nacionalizado estadunidense conocido, entre otras cosas, por elaborar el misil V2 para las SS de Adolfo Hitler.

La pregunta resulta forzosa: ¿qué es lo que llegará de nosotros al espacio? Todo indica que la sociedad super industrializada concebida por un homo capitalista está dispuesta a rebasar los límites de la Tierra, aun cuando es señalada como responsable de la catástrofe planetaria en varios sentidos.

No debería sorprender a nadie. El diseño original de la sonda Orion, propuesta por Stanislaw Ulam —quien también participó en el Proyecto Manhattan—, el cohete que sería impulsado con pequeñas explosiones nucleares, estaba imaginado para ofrecer viajes interestelares baratos hacia Marte: según los cálculos de la NASA, la lluvia radioactiva que provocaría cada despegue realizado con propulsión nuclear sería suficiente para matar entre una y 10 personas. Mientras tanto, un despegue de pulso con antimateria catalizada resultaría incosteable en términos “turísticos”.

¿Quiénes serán los obreros que sustenten los nuevos negocios fuera de las fronteras de la Tierra?
Antes de que el proyecto Orion fuera suspendido, gracias en gran parte a estos problemas éticos, ya estaba siendo impulsado por General Atomics, la misma compañía que en los años noventa desarrolló el MQ-1 Predator: el dron estadunidense con capacidad ofensiva que hoy sobrevuela el Golfo Pérsico (y que sirve de medio para asesinar a muchos civiles).

¿Quiénes serán las camaristas y meseros de un futuro hotel espacial? ¿Quiénes serán la servidumbre, los obreros, el proletariado? Es posible que, en un futuro próximo, el término “tercermundista” sea demasiado literal.

Bonus track

El Cascabel es uno de los huapangos veracruzanos más populares de México. Una de sus versiones más conocidas fue compuesta por Lorenzo Barcelata. Se trata de tres minutos donde una marejada de jaranas, con instrumentos de alientos y violines, acompañan las coplas típicas del son. En los primeros días de noviembre de 2012, este huapango entró en una zona interestelar como parte de las piezas seleccionadas para integrar el famoso Voyager’s Golden Record: el disco de acetato que viaja junto al Voyager 1 y el Voyager 2.

Hasta ahora los Voyager han sido las únicas naves espaciales que han reportado su llegada a la zona interestelar, lo que les tomó cerca de cuatro décadas. En ese lapso, la historia de la cultura popular, al menos en Occidente, pasó del estreno de la primera película de Star Wars al inicio de la saga de The Avengers, en 2012, año en que la sonda Voyager 1 dejó de transmitir.

Esto significa que el vuelo del Voyager 1 pasó por generaciones que, además de la saga de George Lucas, crecieron con películas como Close Encounters of the Third Kind (1977), Alien (1979), Blade Runner (1982), Back to the Future (1989), Total Recall (1990), Contact (1997), Armageddon (1998), Señales y Wall-E (2008), lo que unió a varios espectadores de la carrera interestelar en una expectativa colectiva por la conquista de las estrellas.

La decisión de qué canciones incluir en el Voyager’s Golden Record involucró en su momento serias consideraciones humanas —demasiado humanas— como haber descartado la canción Here Comes the Sun, de los Beatles, debido a conflictos legales por los derechos de autor que habían dejado de pertenecer al cuarteto de Liverpool.

La raza humana, al parecer, es capaz de desplegar lo mejor de su conocimiento e imaginación para planear una nueva vida más allá de las estrellas pero, cuando llegue a su destino, la burocracia cósmica estará esperándola.