Ciudad de México.- Ayer me dijeron que El Gordo Vanegas murió. La diabetes se lo llevó, tenía poco más de 60 años. Él fue quien me contó cómo, a fines de los setenta, las autoridades del entonces Departamento del Distrito Federal ordenaron la ampliación del Eje 2 Oriente, en el tramo que hoy comprende la avenida Congreso de la Unión. Planeaban tirar algunas casas pero los vecinos de la colonia Morelos se rebelaron.

Por ejemplo, la casa marcada con el número 27 de la calle Penitenciaría fue defendida por una valla de jóvenes. No era para menos. En la casa de El Gordo se escribió buena parte de la historia popular de México y de la lucha por la libertad de América Latina, que en ocasiones es la misma.

El Gordo era bisnieto de don Antonio Vanegas Arroyo, el impresor popular más importante de inicios del siglo XX. De su taller, instalado al fondo de esta casa, salían las llamadas “hojas de papel volando”, que ganaban las noticias a los periódicos. Don Antonio encargó que buena parte de ellas fueran ilustradas por el mismísimo José Guadalupe Posada, el grabador más célebre de México.

La imprenta aún se conserva: rebasa los 100 años y funciona. Al lado de ella, en cajas que alguna vez guardaron aceite y detergente, se conservan las placas originales de la Calavera Garbancera —hoy conocida como La Catrina—, El Quijote y otros trabajos del grabador mexicano.

Pero no fue la única ocasión en que la casa de los Vanegas fue protagonista de la Historia. A mediados de siglo, uno de los tíos de El Gordo, Arsacio Vanegas, adoptó un trabajo muy de barrio: luchador profesional. Su nombre para la arena era Kid Vanegas.

El increíble Kid Vanegas El Gordo contaba que a mediados de los cincuenta, Dick Medrano, un colega de la lucha, le habló a su tío de la posibilidad de entrenar al grupo de cubanos que había huido de la isla tras un fallido golpe al gobierno de Batista. Fidel Castro —a quien llamaban Arturo durante su estancia en México—, convenció al Kid de enseñarles combate cuerpo a cuerpo y prepararlos físicamente.

Arsacio Vanegas hizo algo más: permitió a 42 guerrilleros —Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y Ernesto Che Guevara, entre ellos— refugiarse en su casa y dormir en el suelo del pasillo, en la sala, entre los muebles de la cocina, donde pudieran.

Los rebeldes además usaban los pisos de duela para esconder debajo de los tablones las armas que iban consiguiendo. El riesgo era latente. Pero Carmen Vanegas, hermana de Arsacio —la madre del Gordo—, tenía un novio que era agente de la policía. Él solía darles el pitazo si algún operativo incluía la casa.

Aunque todos sus amigos le decían El Gordo, su nombre completo era Raúl Cedeño Vanegas. Tenía ese nombre porque su padrino de bautizo fue Raúl Castro.

Tal vez por eso se emocionaba tanto cuando hablaba de aquellos años. Bastaba que cualquiera le preguntara por el Che Guevara para que él fuera a una recámara y sacara una mochila, un contenedor para mate y un libro: viejas reliquias pertenecientes al guerrillero argentino. Y aunque dejaba que la gente las mirara y las tocara, jamás les quitaba la vista. ¿Quién lo haría?

Entre las muchas fotos esparcidas por las vitrinas de la casa, en las paredes del pasillo que da a la cocina hay tres que resumen los sucesos en esa casa. Una es la imagen de un hombre barbado que tal vez rebase los 50 años; es el retrato de don Antonio Vanegas Arroyo. En la segunda, en blanco y negro, posan cuatro mujeres —no identificadas— junto a dos hombres: Fidel junto al Kid Vanegas. La tercera foto muestra a José Guadalupe Posada en su local de la calle de Guatemala, en el Centro Histórico.

El Gordo Raúl Cedeño Vanegas perdió varias veces sus empleos por dedicar tiempo a la difusión del trabajo de su abuelo y Posada. Decía que era necesario para que no se perdiera el legado de su familia. Ayer me dijeron que Raúl, El Gordo Vanegas, murió. Nos queda esta casa, la suya, donde la historia popular de México se entrelaza con la Historia de América Latina, que a veces es la misma.